A las diez con siete de la noche, cuando asomaban los mariachis con las mañanitas por sus guitarras, no había valiente en el Auditorio Nacional que se hubiera escondido lágrimas para sí; y aún con la catarsis desahogada, se volvió a llorar hasta que todo se halló seco porque aquel hombre nos había prometido la canción más hermosa del mundo y no podía irse así porque sí.
AMAMOOOOSSS